domingo, 22 de julio de 2012

Esperando a Franco Vaccarini -3º A

De  Frutas de estación 1
CHICOS ESTE CUENTO SÓLO ESTARÁ EN VACACIONES PARA LEER.
Ven Jarrón, el mago más peligroso del mundo
Provengo de una familia de tres generaciones dedicadas al noble ejercicio de la magia. Mi abuelo, Valerio Carulo, era concocido en su tiempo como el fabuloso Ben Hurón. Mi padre, Atilio Carulo, cuyo nombre artístico era Ben Benfú, y yo, Lito -carulo o el mago Ben Jarrón, seudónimo debido a una triste experiencia con un jarrón chico de dos mil años de antigûedad que mi madre atesoraba, justamente, como un tesoro.
Un día, cuando era un adolescente, cometí la audacia de aplicarme una fórmula de desmaterialización, llevada con tanto éxito que jamás logré que se volviera nuevamente material. Mis intentos inútiles, acicateados por la furia de mi madre, terminaron por hacer reÌr a Ben Hurón, quienes se paseaban por la casa imitando mi aflautada voz de entonces:
-Ven jarrón, oh, ven, o mi madre me romperá el melón.
-Cuendo llegó el día de bautizarme como mago mi madre me dijo:
-Se llamará Ven Jarrrón hasta que aparezca el jarrón chino.
La sugerencia fue aprobada por todos los miembros de la familia y me consolé pensando que el tal jarrón tenía un incalculable valor artístico y que mi nombre, por lo tanto era un verdadero lujo.
Ese tipo de acontecimiento me hicieron una fam de diamante en bruto (más bruto que diamante, opinaba mi madre), con muchas cosas para pulir. La reiteración de estos errores, y el día que incendié el altillo en un truco con fuego, terminaron por convencer a mi abuela que la carrera de magia no era para mí. Cierta tarde, sin querer, escuché que le decía a mi padr:
-Es un mago natural, pero con pocas luces.
A partir de ese momento consideré muy importante la adquisición de juegos de luces de colores para poner en escena, aunque no entendía cuando mi abuela me sugirió dedicarme un tiempo a practicar deportes, a estudiar veterianria o cualquier otra carrera universitaria.
Ni siquiera consideré sus palabras, seguí comprando escenografía para mis espectáculos futuros.
Mi célebre abuelo fundó, en su tiempo, una escuela con muchos seguidores, pero siempre decía que alugnos trucos no debían salir de la familia.
-A vos, querido neto, te voy a enseñar los mejores trucos de magia, pero no aún. Es necesario que aprendas a moderar tu enorme energía. Mientras tanto en tus presentaciones sólo harás una rutina con conejos.
-¿Por qué sólo conejos abuelo? Pregunté fastidiado.
-Por seguridad -dijo.
Y más despacio agregó:
-Aunque lo lamento por los conejos.
Mi primer trabajo como mago fue en la desaparecida -ya sabrán por qué- confiteria La galerita alegre, cuyo dueño era mi padre Ben Benfú y me permitía una presentación semanal. Con conejos, claro.
Esto representaba una gran humillación para mí, pero Ben Hurón y Ben Benfú eran terminantes: temían que me mandara “una de las mías”, así que... conejos.
La presencia local, con malicia, sentenció que un conejo era maravilloso, pero cien conejos era falta de imaginación. Inútil explicarles que Ven Jarrón no hacía más que obedecer un mandato familiar. Yo me esmeraba con las luces, pero eso no parecía importarles.
Dios mío, la gente es insanciable: quieren magos voladores, magos que caminen por el agua, magos que levite, todo por culpa de la televisión, y “sus efectos especiales”. Por dentro, moría de ganas por hacer un gran espectáculo con fuegos, hipnotismo y desaparición de objetos, pero yo había dado mi palabra, sólo conejos.
Cuando mi abuelo ya no estuvo entre nosotros, di por hecho que su promesa había quedado incumplida. Eso creí, hasta hace unas semanas, cuando abrí el viejo baúl que guarda su capa, su chistera y varias carpetas con papeles. ¡Es tan especial el perfume de sus cosas, profundo y fresco! Olor a tiempo, a tarde de verano después de la lluvia... Hurgué un rato entre sus recuerdos y me sorprendió ver en el fondo un libro muy viejo, de tapas marrones y páginas amarillentas.
El libro de las proezas imposibles
Al abrir las primera páginas, me encontré con la letra firme de mi abuelo:
A mi querido nieto Ven Jarrón, para cuando encuentres este libro. Y recuerada que la magia sola no alcanza.
Con cariño. Abuelo Hurón.
Lloré de emoción, por este regalo tan inesperado Pensé que me sería muy útil para levantar el nivel de mis shows en La galerita elegre. Durante los días siguientes me dediqué a estudiar y ensayar los capítulos referidos a los Encantamientos Hpnóticos de Inmovilidad y Escenas con
Fuego. Me había quedado una espina con el fuego, después de aquella prueba en el altillo.
Todo se precipitó, aquél día en que se presentó un público más hostil. Como siempre inicié mi trabajo con el saludo ritual:
-Buenas tardes,
señora y señor
La magia está que arde
y ya comienza el show.
Otra vez, como de costumbre, se reían con ternura y hasta un dejo de asombro del primer conejo salido de la galera, pero al rato, mientras me salían conejos de los bolsillos, el puño, los zaparos, parecían querer otra cosa, algo más. Y yo les ofrecía más y más conejos. Un hombre de traje, comenzó a burlarse con frases altisonantes:
-Eh, Ven Jarrón, si se te escapan los conejos te vas a morir de hambre.
Y los demás se reían. Ja, ja.
Me propuse darle un escarmiento al criticón.
-Buenas noches
señora y señor,
basta de reproches
o me voy.
-¡Y andate! ¿Qué te vas a quedar haciendo? -continuó el burlador.
-No, no me voy. No sin antes ofrecerles el más grande acto de magia que jamás hayan visto.
Se hizo un silencio de misa. Miré fijamente al criticón, hice dos movimientos firmes con mi mano y lo inmovilicé justo cuando abría la boca, seguro para proferir alguna frase ingeniosa contra mí.
Un “ooh” de asombro estalló en la platea. Luego me acerqué y le puse conejos en la cabeza, en el bolsillo del traje, encima de sus rodillas. Mi pequeña venganza estaba consumada.
Decidí desencantarlo al final del show, Así no me molestaba más: quedaba muy bien con la boca abierta y servirái como intimidación para el resto. Me había atacado la veta mala, como decía Ben Hurón.
Seguó con mis conejos, los hice jugar al basquet, al metegol, barrer el peso del escenario, hacer acrobacias diversas. Si alguien del público estaba aburrido se cuidó muy bien de demostrarlo.
-Ahora. sí. Terminé con los conejos. A ver, conejos ¡hasta luego! -hice tres movimientos con mis manos y¡paf!, los conejos corrienron a mi galera y detrás del escenario-. Ahora voy a obsequiarles mi nueva habilidad: el dominio del fuego.
Nuevamente silencio.
Hice precisos círculos en el aire, con mis manos, al tiempo que pronunciaba las palabras de la fórmula:
-¡Fu-fú Egoegoogeoge uf-uf!
Fue increíble. Como si en el aire se escondieran hornallas invisibles que de pronto mis palabras mágicas encendían, pequeñas llamitas brotaban de la misma nada, calientes, quemantes, rojas y azules. Fuego de magia. Fuego de verdad. Un éxtasis de me envolvió. Me sentí un mago poderoso, un elegido. La gente no podía más de la sorpresa: fuego, fuego, fuego.
-¡Fu, fú Egoego Ogeoge uf-uf!
Estaban todos tan admirados que algunos comenzaron a irse de la sala. No soportaban tal demostración de talento.
Repetí la fúrmula varias veces más y el público terminó por desbandarse: uno de los mozos de La galerita alegre gritó:
-¡Está loco! ¡No es un mago, es un demente! Y al instante lo convertí en estatua, con una hipnosis súbita.
Entonces llegó mi padre Ben Benfú, rojo de furia. Antes de que me dijera nada, comprendí que me había excedido: el local estaba incendiándose. Lo primero fue llevar al criticón y al mozo a lugar seguro, porque debido a los nervios no lografa recordar la fórmula para desencantarlos. Lo segundo fue apagar el fuego:
-y para eso hubo que llamr a los bomberos-.
La galerita alegre quedó destruída igual que mi reputación.
Recordé la frase de mi abuelo: la magia sola no alcanza. Y completé yo mismo el resto de la frase: también hace falta sentido común. Por eso, por sentido común y por el ruego de mi padre, preparé estos últimos versitos:
-Buenos Días
la magia no alcanzó.
Me dedico a la poesía
desde hoy.
Me convertí en un poeta aceptable y mi padre, luego de reconstruir La nueva galerita alegre, volvió a cederme el escenario para mis recitales. Ya edité mi primer libro. Se llama Floresde mi jardín, y se lo dediqué a mi madre quien, algo sarcástica, opinó, que de tenerlo, pondrá esas flores en su bendito jarrón.
La magia la practico en secreto, en soledad: estoy seguro de que algún día lograré que el jarrón chino reaparezca. La esperanza es lo último que se pierde, porque lo primero, en mi caso, ha sido el jarrón.



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